viernes, 25 de diciembre de 2009

Capítulo 2: En el ocaso púrpura

Era sumamente preciosa. La chica más bella que jamás había visto. Sin duda era ella la chica de la nota, no solo por lo que me dijo momentos antes de que me volviese, sino por esos labios que embellecían aún más su rostro. Ni tan siquiera el mejor de mis dibujos de aquella mañana podía compararse con la hermosura de su cara. Era tan guapa que hasta sentía que no debía estar observándola, al menos mis ojos no merecían hacerlo, solo los dioses deberían permitirse ese lujo. En conjunto su rostro era la pura perfección. Estaba convencido de que podría convertirse instantáneamente en la musa de cualquier persona de cualquier sexo, civilización y época. Parecía mentira que una chica así pudiese existir, sin fallos, sin imperfecciones, era como si fuese la personificación de todas las cosas hermosas de la vida, las cuales precisamente nunca había encontrado, pero que en esos instantes se encontraban enfrente mía. Fueron pocos segundos, pero para mí se convirtieron en el tiempo suficiente como para estudiar una por una las partes de su cuerpo, desde el contorno de su cara, hasta el color de su piel. Todo parecía tan ideal que incluso parecía mentira. Éra como una especie de sueño, un ambiente tan triste y grisáceo, y, en medio de todo la chica más bella en el cosmos y en el caos. Sus ojos perfilados y clavados en mí, sus labios entreabiertos, y su pelo rozando sus pechos. Me costaba tragar saliva a causa de la situación, notaba los nervios recorriendo una por una las partes de mi cuerpo, notaba como mis dedos que sujetaban el papel encontrado el día anterior temblaban. Mi corazón, que parecía no haber funcionado bien en los últimos días bombeaba más sangre de lo usual en cada diástole y sístole.


Era como si hubiese ocurrido un milagro. La persona que tantas ganas tenía de encontrarme estaba ahora enfrente mía. Esos labios que tanto me habían enloquecido desde que ví su marca de carmín se hallaban delante de mis ojos y ellos si que eran exáctamente iguales a los de mis dibujos. A pesar de cuánto me atraían , lo hacían prácticamente igual que cada uno de sus rasgos faciales. Pensaba que me sería un gran problema no poder apartar mi mirada de su boca, pero me dí cuenta de que tenía otro problema aún mayor. Tenía que gesticular palabra y responderle, así que traté de controlar mis nervios, tragué saliva y comencé a hablar con el fin de responderle.

-Sí, la encontré ayer en este banco.-Dije con una voz mucho más relajada que mi corazón.
-Vaya, así que habrás leído su contenido.-Me dijo con su preciosa voz, dulce, viva, atrayente del mismo modo que sus labios, su rostro o su cuerpo. Era comparable a ver el más precioso cuadro dibujado por un artista de renombre, el movimiento de sus coloreados labios del mismo color que la tinta del bolígrafo con el que los dibujaba aquel día por la mañana.
-La verdad es que no...-Respondí inmediatamente-Aunque suene a mentira, quemé por error las palabras que estaban en la nota escrita.
-Que curioso...-Rió tras decir esto de forma muy alegre. Su sonrisa era como los primeros rayos de Sol en la más oscura noche. Era sumamente especial, como si la hubiese trazado el creador de todo con el fin de otorgarle algo absolutamente bello a este mundo miserable y horrendo. Sin lugar a dudas, cualquier hombre quedaría rendido al ver tal sonrisa.
-¿Qué había escrito en la nota?-Le pregunté de la manera más apropiada a la situación que podía generar mi voz.
-¿Hace mucho frío verdad?-Me preguntó sonriendo pero a la vez parecía que trataba de evadir mi pregunta, o tal vez no la escuchó.
-La verdad es que hace muchísimo frío, creo que la responsable es esta niebla. La odio.
-¿Y eso?-Me formuló tras mi declaración sincera.
-No sé, me impide ver lo que hay alrededor y, eso me desquicia.
-Eso es lo bonito de la niebla, que cuando desaparezca nos mostrará el paisaje. Puede que, sin ella, el paisaje no nos parecería tan hermoso.-Me contestó como si quisiese darme una lección.
-Conozco la teoría- Le dije con cierto tono de chulería.- "Sin desgracias, los milagros no serían tan milagros". Es la teoría de que sin las cosas malas, los aspectos buenos de la vida no los veríamos tan buenos. Es una soberana tonteria.
-No es una tontería.-Pronunció estas palabras con el ceño fruncido.-Si no estuviesen esas "cosas malas" no veríamos belleza en las "buenas".-Cuando mencionó belleza pensé en que allá donde estuviese ella siempre habría belleza, independientemente de si hubiese o no hubiese cosas malas.
-¡Qué va! Eso no es así.-Le dije con cierto enfado y con el ceño fruncido también.


Al observarnos con los ceños fruncidos y mostrándonos ciertamente enfadados y a la vez dándonos cuenta del enfado del otro no pudimos evitar reirnos, lo cual hizo que mi alma se estremeciese al ver su sonrisa de nuevo, tan bella que parecía de ciencia ficción. A causa del frío y al darme cuenta de que no me parecía adecuado mantener una conversación con ella de pie, le ofrecí que nos sentásemos en aquel banco, a lo que ella me respondió con un "de acuerdo" y una sonrisa labial. Nos encontrábamos relativamente cerca del banco, yo más próximo al borde y ella prácticamente en el centro pero levemente acercada a mí. Nos alumbraba aquella farola, la cual había precenciado mi emoción el día anterior por encontrarme el papel con la marca de carmín, y que, sin embargo ahora presenciaba mi conversación con aquella chica creadora de la marca. La niebla seguía siendo densa, aunque me daba la sensación que, muy poco a poco se iba esparciendo, puesto que me permitía ver un mayor número de hojas caídas en el suelo por el Otoño. Pensé que era idóneo volverle a preguntar aquellos a lo que no me dió respuesta.
-¿Y qué había escrito en el...?
-¿Cómo quemaste la nota?-Me preguntó cortando mi pregunta.
-La quemé con un cigarro.-Me ví forzado a responderle puesto que había sido yo quien había quemado la nota, y aún no estaba muy seguro si para ella era importante o no.
-Vaya, así que fumas.-Afirmó mostrándo una cara de desilusión.
-Pues sí, creo que es el único vicio que tengo.
-¿Y por qué fumas?, ¿no sabes que fumar es malo y mata?.-Me preguntó con una inocencia tan bella y dulce que me impedía responderle como lo hacía a cualquier otra persona, es decir, evadiendo la respuesta.
-Porque no me importa que me mate. ¿Acaso no vivimos y es malo vivir?
-Estás afirmando que la vida es una....mierda.-Murmuró con voz suave, pareciendo que bajaba el volumen de su voz a medida que la frase acababa.
-¿Acaso no lo es?
-Bueno, sí, al menos eso es lo que piensa la gente depresiva.-Dijo de nuevo mostrando como que tratabe de tener cuidado por si me hería con sus palabras.
-Será que soy depresivo.-Traté de decirle la verdad, pero sin afirmarla.

Era indudable que la niebla cada vez se iba esparciendo más, por fin era capaz de ver el árbol que dejaba sus hojas en aquel lugar. Se encontraba tras la farola, y a pesar de fijar mi mirada en él, para evadirme de su mirada, era incapaz de descubrir de que tipo era. Nos quedamos un rato en silencio, era agobiante, incómodo, y no se me ocurría nada que decir hasta que a los pocos segundos ella volvió a dirigirme palabra.
-¿Tienes depresión verdad?
-¿Esa pregunta se la haces a todos los desconocidos?.-Mis intenciones eran esquivar la evidente respuesta de que así era. Con mis palabras provoqué incomodidad en su rostro, instantes antes de mínima felicidad o al menos de estabilidad en su estado anímico.
-Lo siento, no quería ofender...-Dijo como si se arrepintiese de todo corazón por sus palabras. Agachando su cabeza y desplazándome por primera vez en la conversación su mirada de mi cara, a la que parecía estudiar al igual que yo la suya.
-Da igual. Sí, tengo depresión, pero me da igual, no me "deprime".-Ella se rió ante el chiste malo, su rostro había vuelto a cobrar esa felicidad característico en él, y del cual poco a poco me iba enganchando más. Su belleza era indescriptible, y, tanto triste, alegre o evadiendo mi mirada, seguía siendo igual de preciosa.
-¿Y a qué se debe si puedo preguntar?-Dijo tímidamente, tras mojarse sus labios.
-A un cúmulo de cosas en la vida, que, ni son pocas ni muchas, simplemente es...todo.
-¿Todo te va mal?
-Todo. Hasta el mechero me va mal, no me funciona muy bien que digamos.-Me propusé de nuevo hacer una broma mala, pero a esta ella no rió, tenía cara de preocupación. Tal vez era la única persona a la que le importaba mi estado de ánimo y mi vida, o simplemente su preocupación se debía al aburrimiento que sentía de la conversacíón conmigo.
-Deberías dejar de fumar.-Tras lo que se volvió a mojar los labios, y clavó su mirada en mis ojos.
-Lo dudo mucho, es mi único vicio, para uno que tengo debería dejarlo vivo.-Mi corazón otra vez parecía que fallaba, y esta vez el dolor era tal que no pude evitar aproximar mi mano hacia él.Era un dolor punzante, más de lo normal.
-¿Estás bien?-Se podía percibir su plena preocupación en su rostro.
-Sí, de vez en cuando pasa...
-¿Te duele el corazón?
-Sí, aunque solo es un poco.-Mentir no se me da muy bien, así que creo que se dió cuenta inmediatamente.
-A ver...-Pronunció con aquella voz tan celestial y aproximando su manos hacia mi pecho, en concreto a mi corazón. Extendiendo su palma y reposándola sobre donde se encontraba mi corazón.

Fué como si notase su calidez recorriendo mi torso, transmitiendose por mi torrente sanguíneo a través de venas y finalizando en mi corazón. Era como si el dolor hubiese desaparecido, las punzadas, pero, no solo eso, sino también la tristeza en mi mente. Me sentía como si hubiese desaparecido, como si ya se hubiese extinguido saliendo de mi cuerpo y desapareciendo. Y ahí me encontraba, con su mano en mi pecho, con sus labios tan cerca mía, su mirada observando mis ojos, y todo en aquel banco rodeado de un paisaje cada vez con menos niebla.

Al poco rato ella apartó su mano de mí de forma tímida, y permanecimos en silencio. No podía entender muy bien que había ocurrido. Pero allí me encotraba, bastante más feliz que antes, mucho más. Como si la depresión hubiese desaparecido. Pero, no, no era por algo mágico que hubiese hecho ella a modo de fantasía. Era por lo que había hecho, tocar mi corazón, querer sentir el contacto con mi cuerpo por su propia voluntad. Permanecimos en silencio unos instantes, y dirigí mi vista al suelo. Los dos callados parecíamos esperar a que el otro hablase. Al cabo de unos minutos volví a dirigir mi mirada a su rostro con fin de volver a hablar y entonces las ví.

De sus ojos fluían lágrimas. Estaba llorando, y no lloraba de felicidad, sino de tristeza. Era un llanto leve y silencioso, tanto que a pesar de estar a su lado no me había dado cuenta de ello. No había cambiado ni su respiración y ni siquiera había escuchado el goteo de sus lágrimas al derramarse sobre sus piernas. Estaba llorando, justo a mi lado, y no tenía ni idea de por qué. Era un estúpido, seguro que ella tenía problemas mucho más graves que los míos como para llorar junto a un desconocido, y yo contándole que la vida me parecía una mierda. Era un estúpido.

Sería su rostro lleno de pena pero a la vez súbitamente precioso como una diosa, o sus lágrimas que llevaban consigo parte del maquillaje de sus ojos, pero me vi incapaz de evitar mis actos. Me acerqué a ella desplazándome los pocos centímetros que nos separaban deslizandome por el banco, y, cuando estaba a su lado hice lo que le hacía a mis amigas cuando ellas se encontraban mal y sabía que necesitaban apoyo.
En circunstancis normales no lo hubiese hecho, y mucho menos a una desconocida, no lo hice porque me pareciera sumamente atractiva, ni tampoco porque me encontrase mucho mejor anímicamente que antes, sino porque ella había tratado de ayudarme. Aproximé mi rostro a sus mejillas y me propuse darle un beso de apoyo y cariño, a modo de refugiarla de la pena y consolarla, pero, justamente cuando mis labios se aproximaron a la piel de sus mejillas ella giró su cuello e hizo lo más inesperado que podía pasar en aquel lugar en el que la niebla había desaparecido por completo.

Giró de manera intencionada su cabeza y acercó sus labios a los míos uniéndonos en un beso. Sentía el tacto de sus labios, sus grietas, su grosor, lo carnosos que era. La sensación no era comparable a nada. Simplemente era perfecto. Su saliva y la mía uniéndose en una y bañando nuestras bocas. Mis labios y los suyos tan próximos, contactando, unidos, como si el destino hubiese sido escrito para que así fuese para siempre. La pasión con la que movía sus labios y su lengua y yo los mios, tanta belleza, tanta felicidad, tanta sensualidad.


Tras varios minutos que duró ese milagroso beso, ella apartó sus labios de los mios y dijo con su voz, dulce, melodiosa y de musa:
-Mi nombre es Suitlip.
A pesar de la situación de la cual estaba sorprendido y a mi mente le costaba creer le conteste diciendo:
-Me llamo Daihart, encantado.
-Es un nombre precioso.-Dijo tímidamente y como si ya supiese con anterioridad que ése era mi nombre.
-No tanto como tus labios...

Tras ello nuestras cabezas se acercaron, nuestros ojos se clavaron en los del otro, y nuestros labios se aproximaron hasta tal punto que fué orígen de otro pasional beso. En ese momento me dí por primera vez cuenta de dos cosas. La primera era que la niebla tras irse por completo en aquel lugar nos había dejado tras de sí un ocaso púrpura. La segunda era que se había añadido un segundo vicio a mi lista, y ese vicio era Suitlip, a la cual quería proteger con mi vida hasta el final, incluso con mi muerte si hiciese falta, y por supuesto, no separar mis labios de los suyos en ese banco con aquel ocaso púrpura iluminándonos.

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